Cuando traspasamos la puerta de un Dojo, estamos entrando en un espacio cultural peculiar, donde comenzamos un camino de respeto y de superación.
Un Dojo no es un gimnasio. Es un lugar dónde se dispensa la enseñanza de la marcialidad como arte supremo de la síntesis entre los opuestos. No se debe expandir el ego allí, sino educar el cuerpo y el alma.
Una actitud de respeto, sinceridad y modestia, es esencial para la serenidad de cada uno y del grupo en general.
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